jueves, 9 de septiembre de 2010

El Muze de Christian Becker

por: Cindy Jimenez Torres

- bienvenidos sean todos ah esta nueva colección de Christian Becker –decía amablemente la recepcionista mientras apuntaba nombres y nombres de los visitantes que llegaban cada vez en números más grandes al Muze, famoso por ser el único museo existente en toda Europa que exhibía las maravillosas obras humanas de Christian Becker, todos parecían amarle, sin embargo, nadie conocía realmente a Christian Becker.


El Muze estaba lleno de personas ansiosas por conocer cada una o la mayoría de las historias detrás de esas esculturas humanas perfectamente confeccionadas por Christian Becker, hechas de arcilla o masa, de plomo o hierro inoxidable nadie lo sabía exactamente pero todos querían una de si mismos o de un familiar ya fallecido.

Algunos encontraban obras similares a un conocido o antiguo habitante de Paris, de sus calles, o algún famoso o la esposa de un famoso. Era tal la similitud que casi pudieron acusar a Christian Becker de robar los cuerpos y congelarlos, pero eso era imposible e inhumano.

Desde un ventanal superior en el edificio, oculto y oscurecido Christian Becker observaba dichoso todo el “rebaño” que había ido a disfrutar su “pastoreo”, complacido, brindaba una media sonrisa a todos sus visitantes sin que ellos supieran alguna vez de el.

Satisfecho dio la vuelta para terminar con su trabajo, el cual prepararía para la próxima exposición dentro de un mes, quizás menos. Se dirigió hacia su mesa de trabajo y observo, hay estaba el cuerpo destrozado Esther por su cuerpo brotaba aquel liquido blancuzco que mantenía a los cuerpos en su estado de piedra, Christian Becker masajeaba suavemente mas cantidad de ese liquido, llenaba el cuerpo de la hermosa Esther por cada orificio que pudiera tener

-una obra maestra- se decía a si mismo Christian Becker, una obra de tal calidad no se apreciaba todos los días. Sin embargo Christian corría con un problema, estaba cansado, quizás hastiado de todo aquello que llenaba ese enorme edificio de tres pisos, todos y cada una de sus obras estaban viejas, obsoletas y muy vistas, quería cambiarlo, cambiar al Muze y mejorarlo, viajar a otros pueblos, a otros continentes quizás, y recoger otras hermosas esculturas para el Muze.

-el Muze es como un amante – explicaba un guía del museo del cual en su chaqueta ponía el nombre de S. Dirka – hay que mantenerlo lleno, satisfecho, amarlo y llenarlo de cosas nuevas – explicaba a los turistas así como una vez, una voz detrás de un oscuro ventanal le ordeno que hiciera, una voz conocida como la voz de Christian Becker.

-cada una de estas maravillosas obras guarda, por supuesto, su propia y emocionante historia – contaba S. Dirka – Christian Becker las colecciona y reproduce para mostrárselas a ustedes – repetía lo que sabia por memoria de todas las visitas que se hacen a diario y por meses al Muze – Christian Becker es un coleccionista –decía – un coleccionista de anécdotas y recuerdos, de pasatiempos y desesperanzas – explicaba mientras caminaba hacia la estatua petrificada de una hermosa joven de cabellos perlados y ojos aguamarina, menuda y delgada y de pecas infantiles en el rostro.

- ¡que obra tan maravillosa! – exclamaba una mujer aristócrata – ¡que lastima que el talentoso escultor no quiera mostrarnos su rostro! – decía hacia S. Dirka esperando poder recibir un permiso especial para conocer al tal Christian Becker.

Christian Becker no mostraba su rostro como Christian Becker no solo para no arruinar sus esculturas, quizás era para no arruinar del todo el misticismo de la firma del escultor o quizás por considerar sus visitantes pocos dignos de su presencia, porque de ellos no podía hacer nada, por que en ellos solo se encontraba la normalidad, no había absolutamente nada rescatable, nada que sirviera para sus obras, ni siquiera alguna obra nueva.

El Muze cerro por fin sus visitantes se marcharon y sus puertas se cerraron, hasta los empleados se dirigieron a sus hogares y el Muze quedo completamente oscuro y solitario, en su tercer y ultimo piso yacía el alma en penumbras de Christian Becker observando detenidamente la escultura de una hermosa joven pelirroja de ojos esmeraldas y rostro colmado de pequeñas e infantiles pecas. Observaba su pálido y gélido rostro sin hacer gesto alguno y perdía su mirada en su larga cabellera ondulada

-Raspberry- susurraba Christian Becker el nombre de la joven pelirroja, mientras recordaba con parsimonia los maravillosos momentos del pasado gastados junto a Raspberry su amor, su vida, su alma, su amada Raspberry que aun hay, yacía a su lado.

Becker recordó el momento en que la vio por primera vez, ese verano del 2000. El había decidido salir de su cueva, su caparazón, su hogar y caminar un poco por el parque cercano, quizás a respirar aire fresco, quizás a encontrar su destino. Raspberry yacía en un columpio infantil meciéndose con fuerza y mirando el horizonte, las flores, los arboles, el cielo. Su hermosa cabellera roja volaba con fiereza cual fuego ardiente que fue dejado en el limbo, sonreía dulcemente.

En ese momento Becker y Raspberry formaron un lazo de amistad muy profundo, aunque Raspberry era y siempre será el amor de Christian Becker. El sueño de Raspberry era poder enseñarle al mundo una nueva forma de observarse, que supieran que todo lo que poseían era mas, si se conocían a si mismos. –primero debes conocer tu grandeza y luego veraz lo grande que puedes ser – decía Raspberry en su habitual charla con Chris. No fue hasta finales del 2001 que Christian Becker reunió suficiente valor como para decirle a Raspberry, su amada Raspberry todo lo que él sentía por ella, y no fue hasta inicios del 2002 que entendió cuanto la extrañaría si Raspberry alguna vez se fuera.

– prométeme que me amaras hasta que muera – decía Raspberry – prométeme que estaremos juntos hasta que yo muera – le pedía urgentemente a Chris y él accedió, pero Chris no quería perder a Raspberry, no quería quedarse sin ella, no quería que se fuera o que se la llevaran, quería tenerla siempre y para siempre a su lado.



-desde el otoño de 2002 –decía Becker a la petrificada imagen de su amada Raspberry – desde el otoño del 2002 eres mía para siempre Raspberry, no se como hubiera podido soportar perderte, ¡es que no lo hubiera soportado! ¡No soportaría perderte! ¡Cumplí tu promesa, la cumplí! Así como estas, con tu cuerpo petrificado, intacto, inmortal, ya no envejeces, ya no respiras, solo tu alma quedo aquí, solo tu alma quedo conmigo ¡pero era la única forma de tenerte para siempre! Por eso no puedo dejar el Muze ¡el Muze eres tu! Raspberry, el Muze es tu alma y tu alma estará siempre conmigo, cumplí tu sueño, ahora la gente puede verse tal cual es, con estatuas directamente petrificadas del propio cuerpo, el cuerpo vivo y cuyas almas aun conservan, pues eso es la grandeza ¡la grandeza esta en las almas de los cuerpos inertes de cada uno de los cadáveres que yo mate! ¡Los mate para ti Raspberry! ¡Así como yo mismo acabe contigo, para tenerte para siempre! No me pidas más, no me pidas más, amor, el Muze resistirá mientras tu alma aun este conmigo.


Fin

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